A veces debemos enfrentarnos ante la difícil situación de decidir sobre poner fin a la vida de nuestro compañero. Es una situación donde entran en juego inseguridades, nuestros mejores recuerdos, la probabilidad de hacerlo y que el diagnóstico sea incorrecto o que nuestra mascota pase los últimos días de su vida colmados de sufrimiento.
Cuando la enfermedad es terminal hay una serie de cosas a tomar en consideración. La más importante de todas es que nuestra mascota, por instinto, quiere vivir. No será aconsejable poner fin a una vida que todavía quiere ser vivida. Cuando hayamos hecho todo lo posible, y los veterinarios coincidan en que lo mejor es darle a nuestro amigo una buena muerte, lo mejor será acompañarlo, darle todos los gustos, dejarlo disfrutar del sol, de un caramelo, de una caricia, ya que disfrutará cada segundo que le quede.
Como “dueños” de nuestras mascotas, tenemos con ellos ese diálogo que sólo comprendemos entre nosotros. Por vasta experiencia personal, mi consejo es considerar premiarlos por su amor y compañía, dándoles una muerte digna, pero sólo cuando ellos la pidan. Esto suele suceder uno o dos días antes de la muerte natural. No será difícil darse cuenta de ello. Los conocemos mejor que nadie.
Un animal que va a morir permanece echado, sin apetito ni sed. Va a mirarte fijamente con sus ojos tristes, distintos a los de siempre; va a maullar o aullar lastimosamente, a quejarse o suspirar, y va a quedar con su mirada, antes llena de vida, perdida en un punto donde no querrá ver nada. Notarás su cansancio y la pérdida de sus fuerzas. Si siente dolor rechazará tus caricias. Se orinará encima. Si el veterinario te dijo que no hay manera de revertir la situación, entonces esos signos serán el aviso para que tu último acto de amor sea dejarlo partir en paz.
martes, 11 de diciembre de 2007
Una consideración sobre la eutanasia
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